Cuentos a toda prisa

Nombres

Al principio no le di importancia, todo el mundo comete esos errores de vez en cuando. Compartimos apellidos, nuestras identidades son combinaciones de pocos elementos, de modo que puedes asignar un nombre distinto a alguien con más o menos facilidad. Roberto Enríquez, Álamo, Álvarez… Algunos son muy sonoros, de modo que es más difícil confundirlos, pero otros parecen ser elegidos para no llamar la atención en caso luctuoso. De un tiempo a esta parte recibo a diario un número ingente  de nombres, así que desde hace más de un año me he vuelto un biólogo de su Graciosa Majestad tratando de dibujar y describir todas las nuevas especies de mariposa descubiertas en un recién colonizado continente austral. El tiempo apremia, porque la vida de los artistas es efímera en muchas ocasiones como la de las ephemeropteras, por muy primitiva que sean ambas especies.

Y así, empecé a confundir moderadamente los nombres de los artistas, no solo los últimos en incorporarse al parnaso,  sino incluso aquellos por los cuales he sentido admiración desde hace muchos años. Todo empezó por llamar a Roberto por otro apellido, a llamar a Portillo con otro nombre, a olvidar por completo el de Carmen, a confundir Andrea con Manuela, Carles con Àlex. Así, Alberto Conejero pasó a llamarse el prestigioso dramaturgo Adolfo Conejero, y el dúctil actor Adolfo Fernández, Alberto Fernández. La colosal Petra Martínez se convirtió en Pilar Martínez, y la emergente María Ruiz en Pilar Ruiz. En mi cabeza, siguen siendo ellos: Ofelia,  Otelo, Hedda, Laurencia, Duncan… pero con el tiempo, se han transmutado al otro lado del espejo del camerino donde firman nuestro libro de visitas. Cada vez me cuesta más encontrar su nombre cuando estrecho sus manos en ese camerino. Siento cierta vergüenza porque piensen que no sé quiénes son, que crean, como le dijeron a uno de ellos, que es cierto que soy un funcionario al que han colocado aquí porque ese aficionado al teatro. Cuando estrecho sus manos o hasta los abrazo, los recuerdo nítidamente en escena y en cada uno de sus personajes, cuando aún ni una sola de esas arrugas marcaba su rostro. Pero ya no estoy seguro de acertar con sus nombres, artísticos o civiles, y me limito a felicitarlos si no tengo cerca el programa.

Pronto empezaremos una nueva temporada en el Teatro Principal, y sé que me queda poco tiempo. Sé que a este ritmo muy pronto no solo no recordaré los nombres, sino que además y sin que ellos lo sepan, pasarán a tener otros muy distintos en Alicante, por mucho que otros programas y otras lonas anuncien otra cosa en otros Teatros de España. Sé que antes de la fecha del Tenorio, Alberto Conejero será definitivamente Luis Retamar Solís,  Alberto San Juan será por siempre Mario López Hoyos,  Carmen Machi devendrá en Assumpta Forqué, y Magüi Mira se convertirá  de modo ineluctable en la prestigiosa y premiada actriz y directora Laura Mercedes Rodríguez Sapperton.

Hay que ver el lado bueno: quizá así el público venga aunque no reconozca los nombres.  Y al menos en mi cabeza son los que tienen que ser. “Oh le boneur de l’acteur” que no tiene que responsabilizarse nunca de la vida de sus personajes, como dijo alguien cuyo nombre no consigo recordar.